
Glorioso San Pablo, apóstol lleno de celo, mártir por amor a Cristo, danos una fe profunda, una esperanza sin decaimiento, un amor ardiente por el Señor para que podamos decir contigo: “Ya no soy yo quien vive, sino que es Cristo quien vive en mí”. Ayúdanos a convertirnos en apóstoles que sirven a la Iglesia con una conciencia pura, testigos de su verdad y de su belleza en medio de las dificultades de nuestro tiempo. Contigo alabamos a nuestro Padre, “A él la gloria, en la Iglesia y en Cristo por los siglos de los siglos”. Amén.